
Durante su breve estancia en Argelia (25-28 de junio 1832) Delacroix visitó un harén.
Fascinado por el ambiente, por la luz y los colores, tomó apuntes y trazó rápidos esbozos que luego elaboró en la tranquilidad de su estudio.
Su gran capacidad de dar un sentido a las cosas, a las formas y a las posturas, además, de la riqueza de la composición, de los colores y de los detalles, logra que una imagen aparentemente rica y serena adquiera un profundo significado de melancolía y tristeza propios de una prisión dorada.
Una atmósfera que invade toda la obra, patente sobre todo en la expresión de los rostros, en el abandono de los cuerpos, en la propia cualidad de la pintura.
La estructura compositiva subraya el abandono de la primera figura situada a la izquierda.
Las dos mujeres situadas en el centro parecen conversar sumisamente y están dispuestas, según la costumbre de Delacroix, en una especie de "contrapunto", es decir de reciprocidad de formas, que la postura y el volumen hacen más sugerentes.
La mujer de color situada a la derecha, que se vuelve para saludar con un gesto breve de la mano a sus compañeras, da la sensación de haber atravesado de puntillas toda la escena para desaparecer luego más allá de los límites del cuadro.
Este cuadro es a un tiempo, orientalista y romántico.
Destaca en el cuadro la forma en que la luz está representada, Delacroix quedó entusiasmado por la luz del norte de África y pretendió plasmarla en sus obras. Las carnaciones están tratadas con tonos bronceados, lo que refuerza el exotismo de la pintura.
En cuanto a la técnica, usó pequeño toques de color, independientes, lo cual explica que sea considerado precedente del impresionismo. Destaca sobre todo el tratamiento cromático que le dio a las ropas. De hecho, este cuadro sirvió de fuente de inspiración a autores impresionistas posteriores, sobre todo por su intenso colorido, logrado al aclarar el tono general mediante colores puros. Fuente: Entender la pintura, Edic. Orbis, 1989